03 noviembre, 2009

Todo santos: Cuando los muertos traen a los vivos

La situación socioeconómica de las regiones rurales del departamento de la Paz, y su cercanía a la sede de gobierno ha hecho que los procesos migratorios sean muy intensos, familias enteras dejan sus tierras buscando un nuevo asentamiento.

Hasta hace unos años el mayor polo de atracción de los migrantes y no solo de las provincias del departamento de La Paz sino del país entero, era la ciudad sede de gobierno. Más tarde el centro de atracción se trasladó a la antigua zona de la ciudad de La Paz, y hoy ciudad, de El Alto, la ciudad con el mayor grado de crecimiento poblacional en el país.

Ciudad que cobija principalmente a los migrantes aymaras, de las provincias del departamento de La Paz, sin embargo hay que aceptar la presencia de pobladores provenientes de los distintos departamentos de Bolivia.

A El Alto llegan con todo, con sus creencias, sus ritos y sus mitos, el vínculo con los lugares de origen no se pierde, se mantienen los lazos con la tierra. Ahí han quedado los ancianos padres, también está ahí el ganado ovino, algunos toros y llamas, y las cosechas, que completan la economía del migrante y por supuesto están los muertos, los que los llevan de vuelta a la comunidad.

Todo Santos con nombre católico hace referencia a la gran celebración de los Andes, donde vivos y muertos se juntan y se hacen presentes en las comunidades.

Un puesto de t'ant'a wawas.
Fuente Imagen: MUTAB

Los últimos días de octubre se hacen muy agitados, es necesario encontrar “turno” para ocupar el horno público, es urgente hacer las t’ant’a wawas, bizcochuelos y demás “masitas”: rosquitas, escaleras, caballos y llamas, gatos y jukus, y cada uno con el cuidado de tener la efigie en colores que le identifique el rostro, no hay que olvidarse del achachi, el viejo que baila en la morenada, tampoco del niño y la cholita.

Efigies, en colores, para la elaboración de t'ant'a wawas.
Fuente Imagen: MUTAB

Todo esto podría comprase en el mercado de la ciudad, inclusive en la feria del pueblo, pero sería motivo de crítica. En “la rezada” dirían de los deudos “no le querían pues, por eso han comprado, no se lo han hecho”. En la feria solo se compran los tokuros, son cebollas florecidas, no sirven para la cocina pero si para llevar “agüita” para el viaje del alma, las cañas de azúcar y las flores.

Antes de terminar octubre, se amasa y se hornea, se alista la casa, se cocina, se barre y se limpia.

El primero de noviembre, a las 12 del día, está tendida la mesa para esperar a las almas; son los antepasados que vienen de visita a medio día. Se prenden las velas, se colocan los alimentos de su gusto y se destacan las t’ant’a wawas con las máscaras pintadas (representan a estas almas que visitan la casa).

Amigos, conocidos y vecinos, e inclusive gente que no conocía al muerto ni a los deudos, va a ver la mesa y a rezar por las almas. Por la tarde, se junta la familia, el alma cumple su objetivo: los convoca, los reúne y ellos comparten, entre comidas, cervezas y rezos rememoran al que no está, a los que no están, evocan tiempos mejores y refuerzan su ser familia, su ser grupo.


Una familia reunida, convocados por el alma, comparten y rezan.
Fuente Imagen: MUTAB

Ya en la noche, han llegado los hijos, tíos, sobrinos, de distintos lugares. Todos lucen sus mejores prendas, no en vano están todos para lucir para mirar y ser vistos; para apreciar y también para juzgar. Es cuestión de status y prestigio, es medir logros.

El día 2 de noviembre...próximamente, la segunda parte de este artículo

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